jueves, 10 de octubre de 2019

¿POR QUE DIOS NO ME ESCUCHA?


A menudo llegan a mí a pedirme explicaciones. ¿Cómo es posible que Dios desoiga las súplicas y pedidos que le hago? ¿Dónde está ese Dios misericordioso que supuestamente no me deja solo nunca?
El hombre suplica y parece que Dios se esconde. ¿Acaso no habla a escondidas y sus gritos son susurros y sus caricias soledades? ¿Cómo entender su voz y comprender sus motivos? Miro a ese Dios escondido en mi alma. Ese Dios que calla, se esconde y espera. No dice nada. No me explica por qué las cosas son como son. Y a mí me falta la paciencia. Necesito repuestas inmediatas. Se agota la poca paciencia que tengo y quisiera tener en mi mano lo que tanto ansío. Hoy clama el profeta: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia, y surgen disputas y se alzan contiendas? Me respondió el Señor: - Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá». Veo tanta violencia a mi alrededor y suplico auxilio. Veo tantas caídas y desgracias y mi alma sufre conmovida. Tengo claro que Dios es bondadoso, es una certeza. Pero no dejo de ver injusticias y violencias a mi alrededor. ¿Por qué no hace Dios algo para convertir el mal en bien y para sanar tantos corazones heridos? Tiene tanto poder y permanece en silencio. El corazón se rebela ante las injusticias que veo. Sé que Dios tiene misericordia y me sostiene, pero parece no estar en los momentos claves, cuando más lo necesito en mi barca. Él duerme y yo remo perdido entre las olas. Y me dice que me salva de la fosa porque soy justo, pero a menudo me siento solo en la fosa, abandonado y no siento su aliento en mi espalda. Tengo claro que me anima a caminar en medio de mis miedos y a vencer todas mis inseguridades. Pero su voz, su abrazo, me faltan. Hoy escucho: «Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor. Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía. Ojalá escuchéis hoy su voz». Quiero escuchar su voz en medio de mis tormentas para saber que voy por buen camino. Quiero aprender a creer en su bondad y en su paciencia conmigo. Quiero entender que viene a mí para salvarme cada mañana, cada día, incluso cuando no lo espero. Ese Dios oculto es el que me salva en medio de mi vida. El Dios silencioso que no grita ni reclama. El Dios fiel que permanece oculto para enseñarme al arte de la confianza. ¿Cómo creer en ese Dios escondido en medio de la vida? Un Dios escondido que salva. Comentaba el Papa Francisco que los pastorcillos de Fátima hablaban del «deseo permanente de estar junto a Jesús oculto en el Sagrario». Un Jesús oculto al que buscar en medio de la noche. Un Dios que se oculta a mi mirada para que aprenda a mirar en lo hondo de mi corazón de niño. Dios escondido en mi alma me pide que confíe, que me fíe de sus silencios. Ante ese Dios callado y oculto me detengo porque no quiero que se endurezca mi corazón.
Quiero creer y confiar. Quiero escuchar su voz y deseo entender sus palabras. ¿Qué sentido tienen los dolores y ausencias que padezco? ¿Qué sentido tiene sufrir y llorar en medio de injusticias? ¿Tiene sentido mi camino cuando me turba que las cosas no sean justas ni estén llenas de bondad? El sentido de mi vida sólo lo sabe Dios. Yo me conformo con caminar siguiendo los pasos de un Dios oculto. Remo en medio del océano dejando que el timón lo lleven sus manos, mientras duerme. Construyo trabajando piedras sin acceder a los planos finales de la catedral que sueño. Yo solo arrimo el hombro a una obra que parece infinita. Me esfuerzo por llegar al límite de mis fuerzas. Lucho para vencer el mal que veo a fuerza del bien que nadie valora. Yo sólo digo que sí a sus deseos mientras soy incapaz de ver el camino perdido entre nubes densas. Y aprendo a confiar como los niños en manos de mi Padre. Esa confianza que me da Él que todo lo conoce. Sabe hacia dónde voy. Sabe de dónde vengo. Y sabe lo que me conviene hacer para ser feliz y hacer felices a los demás. Sé, porque me lo ha dicho muchas veces, que para Él mi vida es preciosa. Me abraza en medio de oscuridades que no entiendo. Me arropa cuando tengo frío. Y me hace descansar cuando estoy agotado. Es verdad que no sé cómo caminar en medio de la noche. Pero Él me dice que no tema y confíe. Que todo va a salir bien aunque ahora no lo vea. De vez en cuando me quejo porque tengo dudas. Y grito como el profeta pidiendo explicaciones. Pero luego me calmo y sigo adelante.
Él sabrá, me digo. Y sonrío por dentro. Con la esperanza firme de que Él va a dar sentido a mis pasos pobres. Hoy escucho: «Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza». Quiero ser valiente. Con mis miedos confío. Sabiendo que en la noche no se distingue bien el camino. Me tomo de su mano y el miedo se calma. Si Él sabe dónde hay que ir, ¿qué me importa el resto? Quiero aprender a confiar en las manos de Dios. Confiar es un verdadero acto de fe: «Sentir la mirada tierna y quedarnos debajo con confianza, sintamos o no sintamos». ¡Cuánto me cuesta confiar! Quiero dejar de medir el tiempo, de calcular los días. Quiero dejar de definir la ruta, delinear el camino. Y decido hoy dejarme llevar por su voluntad. Reina en mí su querer y no el mío. Vacío de mis seguridades me encuentro más a su merced. Soy así más niño, más libre, más pobre. Él tiene el poder sobre mí y yo me dejo hacer y confío.

¿POR QUÉ EL ARCÁNGEL GABRIEL DIJO: DIOS TE SALVE MARIA?







La posición clásica de los ángeles y los hombres era antes muy importante; los hombres consideraban un honor venerar a los ángeles. Por eso está escrito en el panegírico de Abraham que dio hospitalidad a los ángeles y se inclinó ante ellos.

Pero que un ángel se incline ante un ser humano era algo impensable antes de que el ángel Gabriel saludara a la Santísima Virgen, diciendo “Dios te salve María” en el momento de la Anunciación.

La razón por la cual, antes de la Anunciación, el ángel no reverenciaba al hombre, sino que este último veneraba al ángel, se debe a que el ángel estaba muy por encima del hombre y ello en tres aspectos:

- No era apropiado que la criatura espiritual e incorruptible reverenciara a la criatura corruptible, es decir, al hombre.

- El ángel es alguien muy cercano al Altísimo, es como su asistente. El profeta Daniel dice en el capítulo 7: "Un millón de ángeles le sirvieron y mil millones estaban presentes ante de Él". Pero el hombre es como un extraño, exiliado de Dios por el pecado. Está escrito, en el Salmo 54: "Huyendo, me alejé".

El ángel era superior a él, en tercer lugar, por la plenitud del esplendor de la gracia divina. Por eso aparece siempre rodeado de luz. Pero para los hombres, aunque tienen una parte de la luz de la gracia, esta luz, sin embargo, es débil y está como en la oscuridad.

Por tanto, no era apropiado que el ángel reverenciara al hombre, hasta que en la naturaleza humana hubiera una persona que en estos tres aspectos fuera superior al ángel; y esta criatura será la Santísima Virgen.

Y para demostrar que en estos tres puntos Ella era superior, él quiso hacerle reverencia; lo que le hizo decir: "Dios te salve, María".

domingo, 6 de octubre de 2019

3 AVEMARIAS PARA TU SALVACIÓN ETERNA




La santa devoción revelada por la Santísima Virgen María a santa Matilde (1241-1298) consiste esencialmente en rezar, todos los días, tres avemarías para agradecer a las Tres Personas de la Santísima Trinidad por los admirables privilegios de poder, sabiduría y misericordia concedidos a nuestra Madre divina y para obtener, por su intercesión, la inmensa gracia de la buena muerte (la perseverancia final).

Cada uno debe esforzarse por decir fervorosamente estas tres avemarías todos los días de su vida, tanto como sea posible, sin fallar nunca por su culpa o negligencia, para merecer la protección de la Reina del Cielo y asegurar así su misericordiosa ayuda a la hora de la muerte.


Estas tres avemarías se pueden rezar varias veces al día, así lo hacen algunos, incluso cada vez que escuchan el cambio de hora; pero, según la costumbre introducida y recomendada por los santos, especialmente san Leonardo de Port-Maurice y san Alfonso María de Ligorio, es aconsejable rezarlas por la mañana, al levantarse, y por la tarde, antes de acostarse.

Muchos cristianos buenos y pobres pecadores deben su salvación eterna, no lo podemos dudar, a la fidelidad constante de esta saludable práctica.

UNO DE LOS SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO ES LA UNCIÓN CON EL ACEITE.




En el Antiguo Testamento los reyes eran ungidos, para que supieran gobernar y para que tuvieran la fuerza necesaria para poder cumplir con su misión. Se creía que, junto con el aceite que se derramaba, descendía el Espíritu divino (1 Samuel 9; Salmo 2,6). También los sacerdotes eran ungidos en su consagración (Éxodo 28,41; 29,7), y a veces los profetas (1 Reyes 19,15-16).

Jesús mismo, cuando inicia su misión pública, aplica a esa misión el anuncio de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres" (Lucas 4,18).


Esta unción no significa sólo que somos elegidos, sino que somos capacitados para cumplir la misión que Dios nos da en esta vida. Por eso, también en el Bautismo y en la Confirmación nosotros somos ungidos.

Esta unción con aceite es un símbolo de esa consagración que nos capacita, porque en la antigüedad se utilizaba el aceite para frotar a los atletas y fortalecerlos de manera que pudieran correr y llegar a la meta con éxito. Pero para cumplir otras funciones, como el gobierno, el sacerdocio o la profecía, no basta la fuerza, sino también la sabiduría. Por eso, esta unción con el aceite pasó a simbolizar también al Espíritu Santo que se derrama para darnos esa sabiduría. A los cristianos que han recibido el Espíritu Santo se les dice: "Ustedes conserven la unción que recibieron de él, y no tendrán necesidad de que nadie les enseñe" (1 Juan 2,27).Imaginemos al Espíritu Santo, que se derrama sobre nosotros como un aceite perfumado, y démosle gracias por la fuerza y la sabiduría que él nos regala muchas veces, cuando más lo necesitamos.

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