Jesús ha dicho en su Evangelio que quien persevere hasta el fin, se salvará. Pero para perseverar debemos tener un motor, un motivo, un objetivo a alcanzar, que nos encienda el deseo de alcanzarlo, para poder poner los medios necesarios para la perseverancia en el bien, en medio de todos los males externos e internos.
Y es aquí donde viene el Maligno, el Adversario, y de un zarpazo nos borra el objetivo, nos quiere hacer creer que no ganaremos el Cielo, que el Paraíso no es para nosotros, que el mal está triunfando en todas partes, que ya no hay nada que hacer, que está todo perdido...
¡Ay de nosotros si nos dejamos embaucar por esta astucia realmente diabólica! Porque entonces, al no tener la esperanza de alcanzar la felicidad, de que el amor venza el odio, de que el Bien venza al mal, entonces nos desanimamos, ¿y quién puede perseverar en estas condiciones?
Sepamos que la victoria no será del demonio, sino de Dios y de su Madre, porque el demonio ya está vencido, ya fue vencido por Cristo en la Cruz. No nos desanimemos al ver los coletazos del mal en el mundo, ni nos quedemos hipnotizados por sus aparentes prodigios y triunfos, porque es un vencido, es el gran Vencido, y Dios es el Vencedor eterno.
Así que renovemos nuestro ánimo maltrecho, y aumentemos nuestra esperanza y confianza en Dios y en su Madre, porque Ellos son y serán quienes venzan, y nosotros venceremos con Ellos.
Si no hacemos así, es lógico que nos desanimemos, y un ejército desanimado va a la derrota. Es necesario arengar a la tropa de los cristianos, y convencernos nosotros mismos de que el Corazón Inmaculado de María triunfará, como lo ha prometido la Virgen, y el Reino de Dios vendrá a la tierra, y nosotros, con nuestro buen obrar y nuestra oración, seremos quienes lo traeremos a este mundo.
Con este objetivo, que sabemos se cumplirá a su tiempo, avancemos confiados y con la luz de la esperanza en el corazón, perseverando cada día en el bien y la verdad, en la gracia de Dios.