viernes, 9 de marzo de 2018

Cristo que nos llama a la conversión del espíritu



Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net

La experiencia de buscar convertir nuestro corazón a Dios, que es a lo que nos invita constantemente la Cuaresma, nace necesariamente de la experiencia que nosotros tengamos de Dios nuestro Señor. La experiencia del retorno a Dios, la experiencia de un corazón que se vuelve otra vez a nuestro Señor nace de un corazón que experimenta auténticamente a Dios. No puede nacer de un corazón que simplemente contempla sus pecados, ni del que simplemente ve el mal que ha hecho; tiene que nacer de un corazón que descubre la presencia misteriosa de Dios en la propia vida.

Durante la Cuaresma muchas veces escuchamos: “tienes que hacer sacrificios”. Pero la pregunta fundamental sería si estás experimentando más a Dios nuestro Señor, si te estás acercando más a Él.

En la tradición de la Iglesia, la práctica del Vía Crucis —que la Iglesia recomienda diariamente durante la Cuaresma y que no es otra cosa sino el recorrer mentalmente las catorce estaciones que recuerdan los pasos de nuestro Señor desde que es condenado por Pilatos, hasta el sepulcro—, necesariamente tiene que llevarnos hacia el interior de nosotros mismos, hacia la experiencia que nosotros tengamos de Jesucristo nuestro Señor.

Tenemos que ir al fondo de nuestra alma para ahí ver la profundidad que tiene Dios en nosotros, para ver si ya ha conseguido enraizar, enlazarse con nosotros, porque solamente así llegamos a la auténtica conversión del corazón. Al ver lo que Cristo pasó por mí, en su camino a la cruz, tengo que preguntarme: ¿Qué he hecho yo para convertir mi corazón a Cristo? ¿Qué esfuerzo he hecho para que mi corazón lo ponga a Él como el centro de mi vida?

Frecuentemente oímos: “es que la vida espiritual es muy costosa”; “es que seguir a Cristo es muy costoso”; “es que ser un auténtico cristiano es muy costoso”. Yo me pregunto, ¿qué vale más, lo que a mí me cuesta o lo que yo gano convirtiéndome a Cristo? Merece la pena todo el esfuerzo interior por reordenar mi espíritu, por poner mis valores en su lugar, por ser capaz de cambiar algunos de mis comportamientos, incluso el uso de mi tiempo, la eficacia de mi testimonio cristiano, convirtiéndome a Cristo, porque con eso gano.

A la persona humana le bastan pequeños detalles para entrar en penitencia, para entrar en conversión, para entrar dentro de sí misma, pero podría ser que ante la dificultad, ante los problemas, ante las luchas interiores o exteriores nosotros no lográramos encontrarnos con Cristo.

Nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días si queremos en la Eucaristía; nosotros, que tenemos a Jesucristo si queremos en su Palabra en el Evangelio; nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días en la oración, podemos dejarlo pasar y poner otros valores por encima de Cristo. ¡Qué serio es esto, y cómo tiene que hacer que nuestro corazón descubra al auténtico Jesucristo!

Dirá Jesucristo: “¿De qué te sirve ganar todo el mundo, si pierdes tu alma? ¿Qué podrás dar tú a cambio de tu alma?” Es cuestión de ver hacia dónde estamos orientando nuestra alma; es cuestión de ver hacia dónde estamos poniendo nuestra intención y nuestra vida para luego aplicarlo a nuestras realidades cotidianas: aplicarlo a nuestra vida conyugal, a nuestra vida familiar, a nuestra vida social; aplicarlo a mi esfuerzo por el crecimiento interior en la oración, aplicarlo a mi esfuerzo por enraizar en mi vida las virtudes.

Cuando en esta Cuaresma escuchemos en nuestros oídos la voz de Cristo que nos llama a la conversión del espíritu, pidámosle que sea Él quien nos ayude a convertir el corazón, a transformar nuestra vida, a reordenar nuestra persona a una auténtica conversión del corazón, a una auténtica vuelta a Dios, a una auténtica experiencia de nuestro Señor.

jueves, 8 de marzo de 2018

CUARESMA TIEMPO DE PERDON





¿Qué es más fácil… perdonar o pedir perdón? Para algunos de nosotros lo primero, para otros, lo segundo. Lo importante es que en ambos casos se requiere nuestra voluntad para lograr el proceso de sanación interior.

La oración del Padre Nuestro lo dice de una manera tremendamente simple: Perdona nuestras ofensas (pido perdón) como nosotros perdonamos a los que nos ofenden (otorgo mi perdón). Deben coexistir las dos vías para estar en paz con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo.


El Evangelio tiene varios pasajes en los que se muestra a Jesús perdonando constantemente, como por ejemplo… “viendo Jesús la fe de ellos, dijo: “Hombre, tus pecados te quedan perdonados” (cf Lc 5, 20), o el de la mujer adúltera, “tampoco yo te condeno” (Jn 8, 1-11). Cristo nos pide perdonar hasta 70 veces 7, es decir, siempre (cf Mt 18, 21). Podríamos entonces pedirle algo así como una plegaria… ayúdame a experimentar Tu Misericordia y Tu Perdón para que yo pueda dispensarla a los demás.

FELIZ DÍA DE LA MUJER


miércoles, 7 de marzo de 2018

No me es fácil





María, no me es fácil la vida, pero a ti tampoco te fue nada fácil, sino todo lo contrario, muy difícil, pues tuviste que ofrecer a tu propio Hijo a la muerte, y muerte de cruz. Entonces te pido Madre mía que me consueles cuando estoy abatido y me des ánimo para seguir en el combate, pues el demonio me quiere desanimar y hacer retroceder, me quiere hacer volver a la esclavitud del pecado, a su esclavitud. ¡No lo permitas, Madre querida! ¡Sálvame de las garras del Infierno que usa de todo su poder para tratar de perderme! ¡Y que tampoco se pierdan los míos, mi familia, mis amigos, todos los que amo! Yo sé que tú cuidas de mí y de mis cosas, ten misericordia de mí y consuélame en las dificultades de mi vida. Dame fuerzas contra tus enemigos, que son también los míos, y no permitas que me descorazone en esta vida, sino que avance confiado tomado de tu mano y vaya contento por la vida al encuentro de tu Hijo divino. ¡Gracias Madre mía!


¡Ave María Purísima!

¡Sin pecado concebida!

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