sábado, 28 de septiembre de 2019

29 DE SETIEMBRE DIA DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL (Hebreo “¿Quién como Dios?”)




San Miguel es uno de los principales ángeles; su nombre era el grito de guerra de los ángeles buenos en la batalla librada en el cielo en contra del enemigo y sus seguidores. Su nombre se encuentra cuatro veces en la Escritura:

(1) Daniel 10,13-21: Gabriel le dice a Daniel, cuando él le pide a Dios que le permita a los judíos volver a Jerusalén: "El Ángel (B.D., príncipe) del Reino de Persia me ha hecho resistencia… pero Miguel, uno de los Primeros Príncipes, ha venido en mi ayuda… Nadie me presta ayuda para esto, excepto Miguel, vuestro Príncipe.”

(2) Daniel 12: el Ángel, hablando del fin del mundo y del Anticristo dice: “En aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo."

(3) En la epístola católica de San Judas 1,9: “En cambio el arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo disputándose el cuerpo de Moisés, etc.” San Judas alude a la antigua tradición judía de una disputa entre San Miguel y Satanás sobre el cuerpo de Moisés, un relato de lo cual también se puede encontrar en el libro apócrifo de la asunción de Moisés (Orígenes, "De principiis", III.2.2). San Miguel escondió la tumba de Moisés; sin embargo Satanás al destaparla, trató de seducir al pueblo judío al pecado del culto a los héroes. San Miguel también custodia el cuerpo de Eva, de acuerdo a la “Revelación de Moisés” (“Evangelios Apócrifos”, etc., ed. A. Walker, Edimburgo, p.647).

(4) Apocalipsis 12,7: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón.” San Juan habla del gran conflicto al final de los tiempos, que refleja también la batalla en el cielo al principio de los tiempos. De acuerdo a los Padres a menudo hay controversia sobre San Miguel en la Escritura donde no se menciona su nombre. Dicen que él era el querubín que estuvo en la puerta del paraíso, “para guardar el camino del árbol de la vida” (Gén. 3,24), el ángel a través de quien Dios publicó el Decálogo para su pueblo escogido, el ángel que se puso en el camino para estorbarle a Balaam (Núm. 22,22 ss.), el ángel que puso en fuga al ejército de Senaquerib (2 Ry. 19,35).

Según estos pasajes bíblicos, la tradición cristiana le da a San Miguel cuatro oficios:

• Pelear contra Satanás.

• Rescatar las almas de los fieles del poder del enemigo, especialmente a la hora de la muerte.

• Ser el campeón del pueblo de Dios: los judíos en la antigua Ley, los cristianos en el Nuevo Testamento; por lo tanto él era el patrón de la Iglesia, y de la orden de caballeros durante la Edad Media.

• Llamar de la tierra y traer las almas de los hombres a juicio (signifer S. Michael repraesentet eas in lucam sanctam, Offert. Miss Defunct. "Constituit eum principem super animas suscipiendas", Antiph. off. Cf. El Pastor de Hermas, III, Simil. 7, 3).

Las opiniones varían en cuanto a su rango en la jerarquía celestial.San Basilio (Hom. de angelis) y otros Padres Griegos, también Salmeron, Bellarmine, etc., ubican a San Miguel sobre todos los ángeles; dicen que se le llama “arcángel” porque es el príncipe de los demás ángeles. Otros (cf. P. Buenaventura, op. cit.) creen que es el príncipe de los serafines, el primero de los nueve órdenes angélicos. Pero, de acuerdo a Santo Tomás (Summa, Ia:113:3) él es el príncipe del último y más bajo coro, los ángeles. La liturgia romana parece seguir a los Padres Griegos; lo llama Princeps militiae coelestis quem honorificant angelorum cives. El himno del Breviario Mozárabe ubica a San Miguel incluso sobre los veinticuatro ancianos. La liturgia griega lo llama Archistrategos, "general altísimo" (cf. Menaea, 8 nov. y 6 sept.).

VENERACIÓN

Habría sido natural para San Miguel, defensor del pueblo judío, ser el defensor de los cristianos, dándoles la victoria en la guerra contra sus enemigos. Sin embargo, los primeros cristianos reconocieron a algunos mártires como sus patrones militares: San Jorge, San Teodoro, San Demetrio, San Sergio, San Procopio, San Mercurio, etc; pero a San Miguel le dieron el cuidado de sus enfermos. En Frygia, el lugar donde fue venerado por primera vez, su prestigio como sanador angelical obscureció su interposición en asuntos militares. Él fue desde los primeros tiempos el centro del verdadero culto a los santos ángeles. La tradición relata que en los primeros tiempos San Miguel hizo surgir un manantial medicinal en Chairotopa, cerca de Colosas, donde todos los enfermos que se bañaban allí, invocando a la Santísima Trinidad y a San Miguel, se curaban.

Más famosos aún son los manantiales que se dice San Miguel hizo surgir de la roca en Colosas (Chonae, la actual Khonas, en el Lico). Los paganos dirigieron un arroyo contra el santuario de San Miguel para destruirlo, pero el arcángel dividió la roca con un trueno, para darle un nuevo lecho a la corriente, y santificó para siempre las aguas que venían de la quebrada. Los griegos afirman que esta aparición tuvo lugar a mediados del siglo I, y celebran una fiesta en conmemoración de esto el 6 de septiembre (Analecta Bolland., VIII, 285-328). También en Pitia en Bitinia y en todas partes de Asia, los manantiales termales eran dedicados a San Miguel.

De la misma manera en Constantinopla, san Miguel era considerado el gran médico celestial. Su santuario principal, el Michaelion, estaba en Sosthenion, casi 50 millas al sur de Constantinopla; ahí se dice que el arcángel se le apareció al Emperador Constantino. Los enfermos dormían en esa iglesia de noche, esperando una manifestación de San Miguel; allí su fiesta se celebraba el 9 de junio. Otra famosa iglesia estaba dentro de los muros de la ciudad, en los baños termales del Emperador Arcadio; ahí la sinaxis del arcángel se celebraba el 8 de noviembre. Esta fiesta se propagó por toda la Iglesia Griega, y las Iglesias de Siria, Armenia y Alejandría también la adoptaron; ahora es la principal fiesta de San Miguel en el Oriente. Se pudo haber originado en Frigia, pero su estación en Constantinopla fue las Termas de Arcadio (Martinov, “Annus Graeco-slavicus”, 8 nov.). Otras fiestas de San Miguel en Constantinopla eran: 27 de octubre, en la iglesia “Promotu”; 18 de junio, en la iglesia de San Julián, en el Foro; y el 10 de diciembre en Athae.

Los cristianos de Egipto, pusieron al río que les daba la vida, el Nilo, bajo la protección de San Miguel; adoptaron la fiesta griega y la celebraban el 12 de noviembre; el día 12 de cada mes, celebraban una conmemoración especial al arcángel, pero el 12 de junio, cuando el río comenzaba a crecer, guardaban como feriado de obligación de la fiesta de San Miguel “por la crecida del Nilo”, euche eis ten symmetron anabasin ton potamion hydaton.

En Roma, el Sacramentario Leonino (siglo VI) tiene el "Natale Basilicae Angeli via Salaria", 30 de septiembre; de las cinco Misas para la celebración, tres mencionan a San Miguel. El Sacramentario Gelasiano (siglo VII) da la fiesta S. Michaelis Archangeli, y el Sacramentario Gregoriano (siglo VIII), Dedicatio Basilionis S. Angeli Michaelis, 29 de septiembre. Un manuscrito también añade aquí “via salaria” (Ebner, "Miss. Rom. Iter Italicum", 127). Esta iglesia de la Via Salaria estaba a seis millas al norte de la ciudad; en el siglo IX fue llamada Basilica Archangeli in Septimo (Armellini, "Chiese di Roma", p. 85), la cual desapareció hace doscientos años. En Roma también se le dio a San Miguel el rol de médico celestial. De acuerdo a una leyenda (¿apócrifa?) del siglo X, él se apareció sobre los Moles Hadriani (Castel di S. Angelo), en el 650, durante la procesión que realizó San Gregorio en contra de la pestilencia, lo cual hizo cesar la plaga. El Papa San Bonifacio IV (608-15) construyó en los Moles Hadriani una iglesia en honor a él, a la que llamó St. Michaelis inter nubes (in summitate circi).

Bien conocida es la aparición de San Miguel (c. 494 o 530-40), como se relata en el Brevario Romano, el 8 de mayo, en su famoso santuario en el Monte Gárgano, donde le fue restaurada su gloria original como patrono de la guerra. Los lombardos de Sipontum (Manfredonia) le atribuyen su victoria sobre los griegos napolitanos, el 8 de mayo de 663, a su intercesión. En conmemoración de esta victoria la iglesia de Sipontum instituyó una fiesta especial en honor del arcángel, el 8 de mayo, que se ha esparcido por toda la Iglesia Latina, y ahora es llamada (desde el tiempo de Pío V) "Apparitio S. Michaelis", aunque originalmente no conmemoraba la aparición, sino la victoria.

En Normandía San Miguel es el patrón de los marineros en su famoso santuario de Mont-Saint-Michel, en la diócesis de Coutances. Se dice que apareció ahí en el año 708, a San Auberto, obispo de Avranches. En Normandía su festividad "S. Michaelis en periculo maris" o "en Monte Tumba", se celebraba universalmente el 18 de octubre, el aniversario de la dedicación de la primera iglesia, 16 de octubre del 710; la fiesta luego se confinó a la Diócesis de Coutances. En Alemania, luego de su evangelización, San Miguel reemplazó para los cristianos al dios pagano Wotan, a quien se consagraron muchas montañas, por ende las numerosas capillas de San Miguel en toda Alemania.

Se dice que los himnos del Oficio Romano fueron compuestos por Rábanus Mauro de Fulda (m. 856). En el arte San Miguel es representado como guerrero angélico, armado con un casco, espada y escudo (frecuentemente la armadura presenta la inscripción en latín: Quis ut deus), parado sobre el dragón, a quien a veces clava con una lanza. También sostiene un par de balanzas en donde pesa las almas de los difuntos (cf. Rock, “The Church of Our Fathers”, III, 160), o el libro de la vida, para demostrar que él toma parte en el juicio. Su fiesta (29 de septiembre), en la Edad Media era celebrada como un feriado de precepto, pero junto con otras fiestas fue gradualmente abolida desde el siglo XVIII (ver fiestas eclesiásticas). El Día de San Miguel, en Inglaterra y otros países, es uno de los días trimestrales regulares para el ajustamiento de rentas y cuentas; pero ya no es notable por la hospitalidad con que se celebraba antes. En algunas parroquias (Isle de Skye) tenían una procesión en este día y preparaban un pastel, llamado la hogaza de San Miguel.

Fuente: Enciclopedia Católica

CORONILLA A SAN MIGUEL ARCÁNGEL

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La coronilla fue revelada en Portugal a la sierva de Dios Antónia de Astónaco aproximadamente en el año 1750. El arcángel Miguel le dijo a la religiosa que deseaba ser honrado mediante la recitación de nueve salutaciones a través de las cuales se invoca la intercesión de San Miguel y del Coro Celestial correspondiente, rezando un padrenuestro y tres avemarías en cada salutación.Esta devoción se propagó a lo largo de otros países. El papa Pío IX el 8 de agosto de 1851 concedió las siguientes indulgencias a quienes recen la coronilla:

Indulgencia parcial, a los que recen esta Corona con el corazón contrito.
Indulgencia parcial, cada día que lleven consigo la Corona o besaren la medalla de los Santos Ángeles que cuelga de ella.
Indulgencia plenaria, a aquellos que la rezaren una vez al mes, el día que escogieren, verdaderamente contritos, confesados y comulgados, rogando por las intenciones de su Santidad.
Indulgencia plenaria, con las mismas condiciones, en las fiestas de la Aparición de San Miguel Arcángel (8 de mayo); de su Dedicación (29 de septiembre); y de los Santos Ángeles Custodios (2 de octubre).


Promesas y Beneficios
El arcángel Miguel prometió a quien rece la coronilla:

Enviar un ángel escogido de cada coro angelical para acompañar a los devotos a la hora de la comunión.
Y a quienes reciten estas nueve salutaciones todos los días les asegura que:
Disfrutarán de su asistencia continua durante esta vida y también después de la muerte.
Serán acompañados de todos los ángeles y con todos sus seres queridos, parientes y familiares serán librados del Purgatorio.

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NO NOS OLVIDEMOS DE NUESTROS DIFUNTOS




Todos tenemos parientes, amigos, vecinos o conocidos que apreciábamos mucho y que ya han pasado a la eternidad. Pero ¿nos acordamos de rezar por ellos, de encargar misas por sus almas para que salgan pronto del Purgatorio, si es que todavía están allí detenidos y padeciendo? Ellos nos han ayudado y amado en este mundo, es lógico que nosotros les devolvamos ese amor haciendo Misas por su eterno descanso.
Dios premia a quienes ofrecen sufragios, sacrificios, misas y oraciones por las almas de los difuntos, porque todo lo que hacemos por los Difuntos se lo hacemos al mismo Dios, y Él lo considera como hecho a Sí mismo.
Que las almas de todos los Fieles Difuntos, por la Misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.

lunes, 23 de septiembre de 2019



QUÉDATE, SEÑOR, CONMIGO
(Plegaria del Padre Pío para después de la comunión)

Has venido a visitarme,
como Padre y como Amigo.
Jesús, no me dejes solo.
¡Quédate, Señor, conmigo!

Por el mundo envuelto en sombras
voy errante peregrino.
Dame tu luz y tu gracia.
¡Quédate, Señor, conmigo!

En este precioso instante
abrazado estoy contigo.
Que esta unión nunca me falte.
¡Quédate, Señor, conmigo!

Acompáñame en la vida.
Tu presencia necesito.
Sin Ti desfallezco y caigo.
¡Quédate, Señor, conmigo!

Declinando está la tarde.
Voy corriendo como un río
al hondo mar de la muerte.
¡Quédate, Señor, conmigo!

En la pena y en el gozo
sé mi aliento mientras vivo,
hasta que muera en tus brazos.
¡Quédate, Señor, conmigo!

DIA DE SAN PÍO DE PIETRELCINA.


“Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima perfecta”, escribió una vez San Pío de Pietrelcina, cuya fiesta se celebra hoy. Su oración fue escuchada y se le concedió el don de los estigmas.
Durante su vida, Dios lo dotó de muchos dones, como el discernimiento extraordinario que le permitió leer los corazones y las conciencias. Por ello muchos fieles acudían a confesarse con él.
El Padre Pío nació en Pietrelcina (Italia) el 25 de mayo de 1887. Su nombre era Francisco Forgione y tomó el nombre de Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V, cuando recibió el hábito de Franciscano capuchino.
A los cinco años se le apareció el Sagrado Corazón de Jesús, quien posó su mano sobre la cabeza del niño. El pequeño, a su vez, prometió a San Francisco que sería un fiel seguidor suyo. Desde entonces su vida quedó marcada y empezó a tener apariciones de la Santísima Virgen.
A los 15 años decide ingresar a la Orden Franciscana de Morcone y tuvo visiones del Señor en la que se le mostró las luchas que tendría que pasar contra el demonio.
El 10 de agosto de 1910 es ordenado sacerdote. Poco tiempo después le volvieron las fiebres y los dolores que lo aquejaban, entonces fue enviado a Pietrelcina para que restablezca su salud.
En 1916 visita el Monasterio de San Giovanni Rotondo. El Padre Provincial, al ver que su salud había mejorado, le manda que retorne a ese convento en donde recibió la gracia de los estigmas.
“Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa… se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado”, describió San Pío a su director.
“Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”, añadió.
El 9 de enero de 1940 animó a sus grandes amigos espirituales a fundar un hospital que se llamaría “Casa Alivio del Sufrimiento”. La cual se inauguró el 5 de mayo de 1956 con la finalidad de curar al enfermo en lo físico y espiritual.
Según fuentes que no se han podido confirmar, San Juan Pablo II siendo un joven sacerdote visitaba al Padre Pío para confesarse y en una de esas ocasiones, estando en trance le dijo al futuro Sumo Pontífice: “Vas a ser Papa”.
El Padre Pío partió a la Casa del Padre un 23 de septiembre de 1968 después de murmurar por largas horas “¡Jesús, María!”.
San Juan Pablo II, durante su canonización el 16 de junio del 2002, dijo de él: “Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos”.

domingo, 22 de septiembre de 2019

El Santísimo Nombre de María.


1. María, nombre santo
El augusto nombre de María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa terrenal, ni inventado por la mente humana o elegido por decisión humana, como sucede con todos los demás nombres que se imponen. Este nombre fue elegido por el cielo y se le impuso por divina disposición, como lo atestiguan san Jerónimo, san Epifanio, san Antonino y otros. “Del Tesoro de la divinidad –dice Ricardo de San Lorenzo– salió el nombre de María”. De él salió tu excelso nombre; porque las tres divinas personas, prosigue diciendo, te dieron ese nombre, superior a cualquier nombre, fuera del nombre de tu Hijo, y lo enriquecieron con tan grande poder y majestad, que al ser pronunciado tu nombre, quieren que, por reverenciarlo, todos doblen la rodilla, en el cielo, en la tierra y en el infierno. Pero entre otras prerrogativas que el Señor concedió al nombre de María, veamos cuán dulce lo ha hecho para los siervos de esta santísima Señora, tanto durante la vida como en la hora de la muerte.
2. María, nombre lleno de dulzura
En cuanto a lo primero, durante la vida, “el santo nombre de María –dice el monje Honorio– está lleno de divina dulzura”. De modo que el glorioso san Antonio de Padua, reconocía en el nombre de María la misma dulzura que san Bernardo en el nombre de Jesús. “El nombre de Jesús”, decía éste; “el nombre de María”, decía aquél, “es alegría para el corazón, miel en los labios y melodía para el oído de sus devotos”. Se cuenta del V. Juvenal Ancina, obispo de Saluzzo, que al pronunciar el nombre de María experimentaba una dulzura sensible tan grande, que se relamía los labios. También se refiere que una señora en la ciudad de colonia le dijo al obispo Marsilio que cuando pronunciaba el nombre de María, sentía un sabor más dulce que el de la miel. Y, tomando el obispo la misma costumbre, también experimentó la misma dulzura. Se lee en el Cantar de los Cantares que, en la Asunción de María, los ángeles preguntaron por tres veces: “¿Quién es ésta que sube del desierto como columnita de humo? ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente? ¿Quién es ésta que sube del desierto rebosando en delicias?” (Ct 3, 6; 6, 9; 8, 5). Pregunta Ricardo de San Lorenzo: “¿Por qué los ángeles preguntan tantas veces el nombre de esta Reina?” Y él mismo responde: “Era tan dulce para los ángeles oír pronunciar el nombre de María, que por eso hacen tantas preguntas”.
Pero no quiero hablar de esta dulzura sensible, porque no se concede a todos de manera ordinaria; quiero hablar de la dulzura saludable, consuelo, amor, alegría, confianza y fortaleza que da este nombre de María a los que lo pronuncian con fervor.
3. María, nombre que alegra e inspira amor
Dice el abad Francón que, después del sagrado nombre de Jesús, el nombre de María es tan rico de bienes, que ni en la tierra ni en el cielo resuena ningún nombre del que las almas devotas reciban tanta gracia de esperanza y de dulzura. El nombre de María –prosigue diciendo– contiene en sí un no sé qué de admirable, de dulce y de divino, que cuando es conveniente para los corazones que lo aman, produce en ellos un aroma de santa suavidad. Y la maravilla de este nombre –concluye el mismo autor– consiste en que aunque lo oigan mil veces los que aman a María, siempre les suena como nuevo, experimentando siempre la misma dulzura al oírlo pronunciar.
Hablando también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que nombrando a María, sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta dicha, que entre el gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado, sentía como si se le fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este nombre se le derretía en el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh nombre suavísimo! Oh María ¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y gracioso!”
Contemplando a su buena Madre el enamorado san Bernardo le dice con ternura: “¡Oh excelsa, oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice Ricardo de San Lorenzo: “Si las riquezas consuelan a los pobres porque les sacan de la miseria, cuánto más tu nombre, oh María, mucho mejor que las riquezas de la tierra, nos alivia de las tristezas de la vida presente”.
Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice san Metodio– está lleno de gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice san Buenaventura– no se puede pronunciar tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente lo invoca. Búsquese un corazón empedernido lo más que se pueda imaginar y del todo desesperado; si éste te nombra, oh benignísima Virgen, es tal el poder de tu nombre –dice el Idiota– que él ablandará su dureza, porque eres la que conforta a los pecadores con la esperanza del perdón y de la gracia. Tu dulcísimo nombre –le dice san Ambrosio– es ungüento perfumado con aroma de gracia divina. Y el santo le ruega a la Madre de Dios diciéndole: “Descienda a lo íntimo de nuestras almas este ungüento de salvación”. Que es como decir: Haz Señora, que nos acordemos de nombrarte con frecuencia, llenos de amor y confianza, ya que nombrarte así es señal o de que ya se posee la gracia de Dios, o de que pronto se ha de recobrar.
Sí, porque recordar tu nombre, María, consuela al afligido, pone en camino de salvación al que de él se había apartado, y conforta a los pecadores para que no se entreguen a la desesperación; así piensa Landolfo de Sajonia. Y dice el P. Pelbarto que como Jesucristo con sus cinco llagas ha aportado al mundo el remedio de sus males, así, de modo parecido, María, con su nombre santísimo compuesto de cinco letras, confiere todos los días el perdón a los pecadores.
4. María, nombre que da fortaleza
Por eso, en los Sagrados cantares, el santo nombre de María es comparado al óleo: “Como aceite derramado es tu nombre” (Ct 1, 2). Comenta así este pasaje el B. Alano: “Su nombre glorioso es comparado al aceite derramado porque, así como el aceite sana a los enfermos, esparce fragancia, y alimenta la lámpara, así también el nombre de María, sana a los pecadores, recrea el corazón y lo inflama en el divino amor”. Por lo cual Ricardo de San Lorenzo anima a los pecadores a recurrir a este sublime nombre, porque eso sólo bastará para curarlos de todos sus males, pues no hay enfermedad tan maligna que no ceda al instante ante el poder del nombre de María”.
Por el contrario los demonios, afirma Tomás de Kempis, temen de tal manera a la Reina del cielo, que al oír su nombre, huyen de aquel que lo nombra como de fuego que los abrasara. La misma Virgen reveló a santa Brígida, que no hay pecador tan frío en el divino amor, que invocando su santo nombre con propósito de convertirse, no consiga que el demonio se aleje de él al instante. Y otra vez le declaró que todos los demonios sienten tal respeto y pavor a su nombre que en cuanto lo oyen pronunciar al punto sueltan al alma que tenían aprisionada entre sus garras.
Y así como se alejan de los pecadores los ángeles rebeldes al oír invocar el nombre de María, lo mismo –dijo la Señora a santa Brígida– acuden numerosos los ángeles buenos a las almas justas que devotamente la invocan.
Atestigua san Germán que como el respirar es señal de vida, así invocar con frecuencia el nombre de María es señal o de que se vive en gracia de Dios o de que pronto se conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza para conseguir la vida de la gracia a quien devotamente lo invoca. En suma, este admirable nombre, añade Ricardo de San Lorenzo es, como torre fortísima en que se verán libres de la muerte eterna, los pecadores que en él se refugien; por muy perdidos que hubieran sido, con ese nombre se verán defendidos y salvados.
Torre defensiva que no sólo libra a los pecadores del castigo, sino que defiende también a los justos de los asaltos del infierno. Así lo asegura el mismo Ricardo, que después del nombre de Jesús, no hay nombre que tanto ayude y que tanto sirva para la salvación de los hombres, como este incomparable nombre de María. Es cosa sabida y lo experimentan a diario los devotos de María, que este nombre formidable da fuerza para vencer todas las tentaciones contra la castidad. Reflexiona el mismo autor considerando las palabras del Evangelio: “Y el nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 27), y dice que estos dos nombres de María y de Virgen los pone el Evangelista juntos, para que entendamos que el nombre de esta Virgen purísima no está nunca disociado de la castidad. Y añade san Pedro Crisólogo, que el nombre de María es indicio de castidad; queriendo decir que quien duda si habrá pecado en las tentaciones impuras, si recuerda haber invocado el nombre de María, tiene una señal cierta de no haber quebrantado la castidad.
5. María, nombre de bendición
Así que, aprovechemos siempre el hermoso consejo de san Bernardo: “En los peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no se te caiga de los labios, que no se te quite del corazón”. En todos los peligros de perder la gracia divina, pensemos en María, invoquemos a María junto con el nombre de Jesús, que siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos. No se aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos nombres tan dulces y poderosos, porque estos nombres nos darán la fuerza para no ceder nunca jamás ante las tentaciones y para vencerlas todas. Son maravillosas las gracias prometidas por Jesucristo a los devotos del nombre de María, como lo dio a entender a santa Brígida hablando con su Madre santísima, revelándole que quien invoque el nombre de María con confianza y propósito de la enmienda, recibirá estas gracias especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos cual conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la gloria del paraíso. Porque, añadió el divino Salvador, son para mí tan dulces y queridas tus palabras, oh María, que no puedo negarte lo que me pides.
En suma, llega a decir san Efrén, que el nombre de María es la llave que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso tiene razón san Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la salvación eterna. También dice Ricardo de San Lorenzo que invocar este santo y dulce nombre lleva a conseguir gracias sobreabundantes en esta vida y una gloria sublime en la otra. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: “Si buscáis, hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María, invocad a María, obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María, llorad con María, caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente desead vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis adelante en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo ciertamente atenderá a la Madre”.
6. María, nombre consolador
Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el santísimo nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene, como hemos vitos. Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa muerte que les otorgará. El P. Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el nombre de María, dando como razón que este nombre de vida y esperanza, sólo con pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y para confortar al enfermo en todas sus angustias. De modo parecido, san Camilo de Lelis, recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los moribundos con frecuencia a invocar los nombres de Jesús y de María como él mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en la hora de la muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta dulzura los nombres, tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en amor a todos los que le escuchaban. Y finalmente, con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz, pronunciando por última vez los dulcísimos nombres de Jesús y de María, expiró el santo con una paz celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los nombres de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria, es agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos los enemigos de su salvación.
7. María, nombre de buenaventura
¡Dichoso –decía san Buenaventura– el que ama tu dulce nombre, oh Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable tu nombre, que todos los que se acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el infierno.
Quién tuviera la dicha de morir como murió fray Fulgencio de Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más hermosa; quiero ir al cielo en tu compañía”. O como murió el B. Enrique, cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el dulcísimo nombre de María.
Roguemos pues, mi devoto lector, roguemos a Dios nos conceda esta gracia, que en la hora de la muerte, la última palabra que pronunciemos sea el nombre de María, como lo deseaba y pedía san Germán. ¡Oh muerte dulce, muerte segura, si está protegida y acompañada con este nombre salvador que Dios concede que lo pronuncien los que se salvan!
¡Oh mi dulce Madre y Señora, te amo con todo mi corazón! Y porque te amo, amo también tu santo nombre. Propongo y espero con tu ayuda invocarlo siempre durante la vida y en la hora de la muerte. Concluyamos con esta tierna plegaria de san Buenaventura: “Para gloria de tu nombre, cuando mi alma esté para salir de este mundo, ven tú misma a mi encuentro, Señora benditísima, y recíbela”. No desdeñes, oh María –sigamos rezando con el santo– de venir a consolarme con tu dulce presencia. Sé mi escala y camino del paraíso. Concédele la gracia del perdón y del descanso eterno. Y termina el santo diciendo: “Oh María, abogada nuestra, a ti te corresponde defender a tus devotos y tomar a tu cuidado su causa ante el tribunal de Jesucristo”.
"Las Glorias de María" - San Alfonso María de Ligorio.


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