«Cuando oyó que Juan había sido encarcelado, se retiró a Galilea. Y dejando Nazaret se fue a vivir a Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí en el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles, el pueblo que yacía en tinieblas ha visto una gran luz; para los que yacían en región y sombra de muerte una luz ha amanecido.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos». (Mateo 4, 12-17)
1º. «La Galilea de los gentiles, el pueblo que yacía en tinieblas ha visto una gran luz».
Jesús, aún puedo seguir considerando la fiesta de ayer: la Epifanía, que quiere decir la Manifestación. La adoración de los Magos venidos de Oriente fue la manifestación de tu realeza y, a la vez, la manifestación de que la salvación se extendía también a los extranjeros, a los gentiles. Los gentiles, que yacían en las tinieblas, han recibido una gran luz: todo el mundo, como los Magos, ha recibido la luz de la estrella, la llamada personal a seguirte. Porque la llamada a la santidad no es para unos pocos; es una llamada universal: «todos estamos llamados a la santidad; para todos hay las gracias necesarias y suficientes; nadie está excluido» (Juan Pablo II). Ayer veía que esta llamada no me saca del mundo, de mis circunstancias familiares, sociales y de trabajo. Lo que me hace es mirarlas con una mirada nueva, una mirada de fe, que les da un sentido profundo, un sentido de misión: esos quehaceres diarios son mi camino hacia el Belén eterno; son mi camino para encontrarte a Ti y, contigo, a tu madre y a San José. En este camino hay constantes peligros: desiertos, tempestades, cansancio propio del viaje. Mientras, veo a otros que se quedan tranquilamente en sus mundos llenos de placeres. Pero ésos no van camino de encontrarte. El peor peligro es el desaliento cuando, a veces, desaparece la estrella que me guía hacia Belén. En ese caso, como los Magos, lo más prudente es dejarse guiar por el que tiene la ciencia, la formación adecuada: por el director espiritual.
2º. Narra el Evangelista que los Magos, «videntes stellam» -al ver de nuevo la estrella-, se llenaron de una gran alegría.
Se alegran, hijo, con ese gozo inmenso, porque han hecho lo que debían; y se a legran porque tienen la seguridad de que llegarán hasta el Rey; que nunca abandona a quienes le buscan» (Forja 239). Jesús, si me dejo ayudar y sigo caminando, entonces la estrella aparece de nuevo. Y qué alegría da volver a saborear aquella luz del alma que me ilumina y me impulsa, aún con mayor fuerza que antes, a seguirte por el camino de la vocación cristiana que me conduce a Ti. Porque la estrella no había desaparecido; estaba oculta por una nube que, tal vez, se había formado por mi falta de lucha en el plan de vida o por mis flaquezas. Una vez a tus pies, Jesús, quiero ofrecerte, como los Magos, oro, incienso y mirra. El oro de mi trabajo hecho con responsabilidad, sabiendo que he de hacer rendir los talentos que Tú me has dado. El incienso de mi vida de piedad, de mi devoción al Santísimo Sacramento del altar. La mirra de mi afán apostólico, que calme esa sed -sed de almas- que tuviste en la Cruz, cuando te ofrecieron «vino con mirra» (Marcos 15,23). Y no quiero abandonar el portal de Belén sin mirar a María, mi madre: hoy estás más guapa que nunca; joven -niña, casi-, radiante de alegría. También quiero saludar a José. José, tú no le das regalos al Niño: te has dado a ti mismo, por entero, con todo tu corazón joven y enamorado. Ayúdame a enamorarme también de Jesús ahora que es fácil; ahora que es un Niño pequeño, y aún no sabe ni caminar, ni hablar.
Esta meditación está tomada de:
"Una cita con Dios" de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona |
martes, 7 de enero de 2014
Mateo 4, 12-17
UN ALBIGENSE POSESO
Mientras Santo Domingo predicaba el rosario cerca de Carcasona, le presentaron un albigense poseído del demonio. Exorcizólo el Santo en presencia de una gran muchedumbre. Se cree que estaban presentes más de doce mil hombres. Los demonios que poseían a este infeliz fueron obligados a responder, a pesar suyo, a las preguntas del Santo y confesaron:
1.º que eran quince mil los que poseían el cuerpo de aquel miserable, porque había atacado los quince misterios del rosario;
2.º que con el rosario que Santo Domingo predicaba causaba terror y espanto a todo el infierno y que era el hombre más odiado por ellos a causa de las almas que arrebataba con la devoción del rosario;
3.º revelaron, además, muchos otros particulares.
Santo Domingo arrojó su rosario al cuello del poseso y les preguntó que de todos los santos del cielo, a quién temían más y a quién debían amar más los mortales.
A esta pregunta los demonios prorrumpieron en alaridos tan espantosos que la mayor parte de los oyentes cayó en tierra, sobrecogidos de espanto. Los espíritus malignos, para no responder, comenzaron a llorar y lamentarse en forma tan lastimera y conmovedora, que muchos de los presentes empezaron también a llorar movidos por natural compasión. Y decían en voz dolorida por la boca del poseso: “¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño! Tú que tienes compasión de los pecadores y miserables, ¡ten piedad de nosotros! ¡Mira cuánto padecemos! ¿Por qué te complaces en aumentar nuestras penas? ¡Conténtate con las que ya padecemos! ¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Misericordia!”
El Santo, sin inmutarse ante las dolientes palabras de los espíritus, les respondió que no dejaría de atormentarlos hasta que hubieran respondido a sus preguntas. Dijéronle los demonios que responderían, pero en secreto y al oído, no ante todo el mundo. Insistió el Santo, y les ordenó que hablaran en voz alta. Pero su insistencia fue inútil: los diablos no quisieron decir palabra. Entonces, el Santo se puso de rodillas y elevó a la Santísima Virgen esta plegaria: “¡Oh excelentísima Virgen María! ¡Por virtud de tu salterio y rosario, ordena a estos enemigos del género humano que respondan a mi pregunta!” Hecha esta oración, salió una llama ardiente de las orejas, nariz y boca del poseso. Los presentes temblaron de espanto, pero ninguno sufrió daño. Los diablos gritaron entonces: “Domingo, te rogamos por la pasión de Jesucristo y los méritos de su Santísima Madre y de todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir palabra. Los ángeles, cuando tú lo quieras, te lo revelarán. ¿Por qué darnos crédito? No nos atormentes más: ¡ten piedad de nosotros!”
“¡Infelices sois e indignos de ser oídos!”, respondió Santo Domingo. Y, arrodillándose, elevó esta plegaria a la Santísima Virgen: “Madre dignísima de la Sabiduría, te ruego en favor del pueblo aquí presente –instruido ya sobre la forma de recitar bien la salutación angélica–. ¡Obliga a estos enemigos tuyos a confesar públicamente aquí la plena y auténtica verdad al respecto!”
Había apenas terminado esta oración, cuando vio a su lado a la Santísima Virgen rodeada de multitud de ángeles que con una varilla de oro en la mano golpeaba al poseso y le decía: “¡Responde a Domingo, mi servidor!” Nótese que nadie veía ni oía a la Santísima Virgen, fuera de Santo Domingo.
Entonces los demonios comenzaron a gritar:
“¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; ohcamino seguro del cielo!, seamos obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!
¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión –obligados por la violencia que nos hacen–, que nadie que persevere en el rezo del rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos.”
Entonces, Santo Domingo hizo rezar el rosario a todos los asistentes muy lenta y devotamente. Y a cada avemaría que recitaban –¡cosa sorprendente!– salía del cuerpo del poseso gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos. Cuando salieron todos los demonios y el hereje quedó completamente liberado, la Santísima Virgen dio su bendición –aunque invisiblemente– a todo el pueblo, que con ello experimentó sensiblemente gran alegría.
Este milagro fue causa de la conversión de muchos herejes, que llegaron hasta ingresar en la Cofradía del Santo Rosario.
(De “El Secreto Admirable del Santísimo Rosario”, San Luis M. G. de Montfort)
domingo, 5 de enero de 2014
PIDE POR TUS PROYECTOS A LA VIRGEN
Cada año que empieza nos ponemos nuevos propósitos para ser mejores como cristianos, como padres, esposos, amigos, hermanos.
Desgraciadamente, todos sabemos que pasados los primeros quince días del año, estos propósitos se olvidan con facilidad y caemos en ser los mismos de siempre. Al ver nuestras flaquezas y debilidades, nos damos cuenta de que necesitamos de la ayuda de Dios y la Virgen para poder cumplirlos.
Desgraciadamente, todos sabemos que pasados los primeros quince días del año, estos propósitos se olvidan con facilidad y caemos en ser los mismos de siempre. Al ver nuestras flaquezas y debilidades, nos damos cuenta de que necesitamos de la ayuda de Dios y la Virgen para poder cumplirlos.
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