sábado, 23 de febrero de 2013

Desesperación.



La desesperación es lo peor que nos puede pasar después del pecado, porque con ella cerramos la puerta a la Misericordia de Dios, y nos condenamos voluntariamente al Infierno eterno.

Hay que tener mucho cuidado con la desesperación, que fue lo que llevó a Judas Iscariote a suicidarse, en lugar de ir a los pies de Jesús crucificado a ser perdonado por Él.

Muchas veces la desesperación nace del orgullo, de la soberbia, porque somos incapaces de hacer un acto de humildad, de humillarnos ante Dios pidiendo perdón.

Otras veces la desesperación viene de percibir mal la realidad, o de juzgar a Dios como le juzgaba ese siervo malo y perezoso, que enterró su talento, y creemos que Dios es malo y vengativo, y no conocemos a Dios como el Padre bondadoso, dispuesto a perdonarlo TODO si vamos a Él arrepentidos.

¿No recordamos la historia del hijo pródigo? ¿Cómo el padre esperaba a su hijo y le vio desde lejos y corrió a su encuentro?

También nosotros, al pecar, nos vamos de la casa paterna, nos alejamos de Dios, pero no es Dios quien se aleja de nosotros, sino nosotros nos alejamos de Él. Entonces tenemos que saber que ese Dios, ese Padre está esperando con ardor nuestro regreso. E incluso se pone más contento por nuestra vuelta, que por el hijo justo que jamás se alejó de Él.

Vayamos al Padre misericordioso, a Dios nuestro Señor, con el alma humillada por nuestros pecados, y no esperemos reprimendas sino un gran amor y predilección de Dios. Si no creemos esto, hagamos la prueba y lo comprobaremos

PARA MEDITAR EN CUARESMA

http://mariamadrecelestial.jimdo.com/2013/02/23/para-meditar-en-cuaresma/POR FAVOR, CLIQUE SOBRE EL LINK PARA LEER NOTA, GRACIAS

martes, 19 de febrero de 2013

LA RENUNCIA DEL PAPA


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Ante la noticia de la renuncia del Santo Padre Benedicto XVI
Mensaje de monseñor Sergio Alfredo Fenoy, obispo de San Miguel, ante la noticia de la renuncia de Benedicto XVI (13 de febrero de 2013)

Queridos hermanos:
Hace unos días recibíamos la noticia de la renuncia del Santo Padre Benedicto XVI al ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro. Ha sido éste un gesto lleno de audacia, de humildad y de fe.

Una decisión audaz, plenamente libre y voluntaria. Tomada a pesar de poder ser malinterpretada, criticada y distorsionada. Asumida después de una prudente reflexión, siendo muy consciente de la seriedad de ese acto y de la gran importancia que tiene para la vida de la Iglesia. Motivada por la misma fidelidad con que fue asumida la misión que ahora deja. Sabiendo que tiene el derecho, e incluso, si se dan ciertas circunstancias, el deber de hacerlo.

Un gesto que expresa humildad frente a Dios, ante quien ha sabido reiteradamente examinar su conciencia. Y ante nosotros, porque no se avergüenza de presentarse como un hombre común y frágil, débil siervo de Dios, que reconoce que ya no tiene fuerzas y que se siente incapaz de ejercer bien el ministerio que se la ha confiado. Humilde lucidez frente a la historia y al mundo de hoy, que cambia y se transforma tan rápidamente.

Un gesto que brota de su corazón creyente. Y que se convierte, en este Año de la fe, en una bellísima profesión de fe. Fe en la Providencia de Dios, en cuyas manos humildemente se abandona; fe en Cristo, a quien ha querido entregar su vida. Fe en el Espíritu que anima a la Iglesia y que la hace vivir. Fe que le permite no llevar él solo lo que, en realidad, nunca podría soportar él solo. Un gesto de fe, de quien no ha buscado hacer su voluntad, ni seguir sus propias ideas, sino de ponerse, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarse conducir por Él.

¿Cómo debemos responder nosotros ante este gesto pastoral del Santo Padre? Agradeciendo y orando. Dando gracias al Supremo Pastor porque nos ha regalado en este tiempo a este Papa. Porque concede siempre a su Iglesia lo que más necesita y conviene. Porque no abandona nunca a su rebaño y se queda con nosotros hasta el fin.

Agradeciendo al Santo Padre. Por su persona discreta y amable. Por su magisterio que ha sido, en estos años fecundos de pontificado, la “piedra” donde todos pudimos apoyarnos con seguridad. Por sus palabras que convencían no sólo por la claridad de la verdad que contenían, ni por la lucidez de la oportunidad en pronunciarlas, sino por la auténtica experiencia personal que transmitían, repitiéndonos, casi como en un estribillo: cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él. Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Personalmente quisiera agradecerle también, y delante de ustedes, el que me haya confiado en su momento, la altísima y hermosa responsabilidad apostólica de apacentar esta diócesis de San Miguel.

Este es, sin duda, un tiempo especial de oración. Mientras reafirmamos una vez más, la comunión de esta Iglesia particular con el Santo Padre, por el vínculo de la unidad, del amor y de la paz, oremos por Él. Por esta etapa definitiva de su vida en la que entra. Invoquemos la materna intercesión de María santísima, en cuyas manos Benedicto XVI puso el presente y el futuro de su persona y de la Iglesia. Y oremos para que Jesucristo, Sumo Pastor de la Iglesia asista con su gracia a los Cardenales que deberán elegir próximamente al nuevo Papa.

Queridos hermanos, al comenzar la cuaresma y en este año de la Fe, como preciosa herencia que nos deja, el Santo Padre nos recuerda que toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios, y que la primera respuesta es precisamente la fe, el acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. El «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. ¡Que el camino cuaresmal de este año esté marcado para ustedes y sus comunidades por esta fe, fecunda en el amor, invencible en la esperanza! Los bendigo de corazón.

Mons. Sergio Alfredo Fenoy, obispo de San Miguel
13 de febrero de 2013

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