jueves, 8 de febrero de 2018

El milagro de las tres Avemarías diarias



Historia real:

Del Rvdo. Padre J. Manuel Martínez, capellán de la prisión mexicana de las Islas Marías, copiamos la siguiente relación:

El mes de mayo no se pasó sin que mi Madrecita mostrara su amor a las almas con quienes trato. Tuve seis primeras comuniones de niños, y tres primeras comuniones de adultos prisioneros. Pero donde sí mostró su omnipotencia suplicante fue en el siguiente caso:

Tenía yo un amigo a quien trataba con frecuencia por ser Jefe de la Agencia Comercial Islas Marías en Mazatlán, y a quien yo llamaba primo, por tener mi mismo apellido. Su nombre era Bibiano Martínez. Era un hombre que se gozaba en contar chistes volterianos de todos los colores contra los curas y las monjas. Era, aparentemente, descreído. En una ocasión le dije: “Oye, primo, ya estás muy viejo y conviene que cambies de vida para ganarte el Cielo.”

“Mira, primo –me respondió–, tú ya me conoces. Yo no creo en los curas. Yo hice mi primera comunión a la edad de ocho años, y desde entonces no ha vuelto Cristo a mi alma porque soy malvado; pero tengo algo a mi favor; mira, ya tengo sesenta y ocho años de edad y, aunque perverso, no he dejado de rezar a la Virgen María tres Avemarías que me dijo mi madre que rezara diariamente el día de mi primera comunión. ¿No te parece que eso es un buen abonito para el Cielo?” Nos reímos, y en eso quedó todo.

Llegó el día 13 de mayo de este año. Como a las once de la mañana llegó un avión a las Islas, y traía al gerente de Coca-Cola en visita de negocio. A las cuatro de la tarde, al emprender el vuelo de regreso a Mazatlán, me di cuenta de que el avión regresaba al día siguiente por la mañana y me dieron muchas ganas de volar a Mazatlán, para regresar al día siguiente. Me ofrecí al capitán Márquez como invitado, el cual no titubeó en aceptarme. Viaje gratuito de ir a Mazatlán, sentirme unas horas en el mundo de la libertad y regresar luego a mi prisión. Al día siguiente, antes de irme al campo de aviación, fui temprano a visitar el Sanatorio de Mazatlán, y me dijeron las Madrecitas: “Padre, su primo Bibiano está gravemente enfermo en el cuarto número 2.”

Fui luego a visitarlo: “Buenos días te dé Dios, primo.” Bibiano abrió los ojos desmesuradamente y con voz entrecortada dijo: “¿Quién es?... ¡Fantasma!... ¡No!...” Yo comprendí que algo raro pasaba, y le dije: “¿Qué te pasa? ¿Por qué me llamas fantasma? Yo soy el Padre Martínez Trampas, toma mi mano, salúdame.” Bibiano tendió su mano temblorosa, y al estrechar mi mano, me tocó todo el brazo y la cabeza, y me dijo llorando: “Tú eres, sí tú eres, ¡bendito sea Dios!”. Entonces yo le dije: “¿Qué te pasa? ¿Por qué te espantaste?” Entonces Bibiano, ya sereno y convencido de que yo era, me dijo: “Mira primo, siento que me faltan unas cuantas horas para estar ante el tribunal Supremo; me siento muy grave; ayer por la mañana pensé mucho en ti, y le dije a la Santísima Virgen María: “SI EN VERDAD ME AMAS, SI EN VERDAD ME QUIERES PAGAR LAS TRES AVEMARÍAS QUE TE HE REZADO DURANTE SESENTA AÑOS, TRÁEME AL PADRE MARTÍNEZ TRAMPAS DE LAS ISLAS MARÍAS, PORQUE SÓLO ÉL PODRÁ ESCUCHAR MI CONFESIÓN”. Pero me asaltaba el pensamiento de que mi petición era imposible, porque faltan quince días para que venga el barco. Pero ahora veo que fue muy fácil para Dios. Ya estás aquí.” Yo le dije: “De manera que quieres confesarte.” “Para eso te trajo Dios”, me respondió con lágrimas en sus ojos. Con su voz ahogada por el llanto, me dijo: “SÁLVAME PRIMO, SALVA A ESTE PECADOR.” Cerró sus ojos y comenzó la confesión.

Ya se imaginarán ustedes la emoción que sentía mi alma en esos momentos. Bibiano lloraba; yo también lloraba. Tenía yo sentimientos de admiración, de gratitud, de no sé qué. Parecíame ver al Dios del Perdón y a la Santísima Virgen María que estaban presenciando aquel momento feliz de un alma que, como el hijo pródigo, vuelve a los brazos de su Padre. Le hice repetir pausadamente el acto de contrición y luego con toda calma pronuncié la fórmula de la absolución. Al terminar todo, me besó la mano, y me dijo: “No te imaginas el consuelo que has dado a mi alma. Me siento feliz. La Santísima Virgen me ama, y Dios me ha perdonado. En el cielo nos veremos.” Momentos después de haberle dado el salvoconducto para el Reino de los Cielos, llegaron por mí para llevarme al campo de aviación y regresar a mi prisión de las Islas Marías. Por la tarde recibí el telegrama de que Bibiano había volado al Reino de los Cielos. ¡QUÉ MISERICORDIA DE DIOS! ¡QUÉ OMNIPOTENCIA SUPLICANTE DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA! Con justa razón le puedo llamar a este caso “El pecador que compró el Cielo con abonitos de tres Avemarías diarias durante sesenta años”.

En este caso admiro una vez más la omnipotencia suplicante de la Virgen María en favor de un pecador que en Ella confió. Si vemos el caso desde el punto de vista sobrenatural podemos resumirlo así: PRIMERO: Bibiano hace su petición veinticuatro horas antes de morir, pidiendo a la Santísima Virgen María una cosa imposible como era venir yo desde las Islas Marías. SEGUNDO: Horas después la Santísima Virgen María envía el avión a las Islas Marías, y, sin pensarlo yo, me pone todas las facilidades y me entusiasma para ir al mundo de la libertad. TERCERO: Horas después la Santísima Virgen María me tenía frente a su amado hijo Bibiano para satisfacer su petición. Y finalmente, la Santísima Virgen María paga con el Reino de los Cielos el perseverante rezo diario de las tres Avemarías.

martes, 6 de febrero de 2018

ORACIÓN PARA BENDECIR LA PUERTA DE NUESTRO HOGAR


La puerta es una de las partes más importantes de un hogar. A través de ella entramos y salimos, recibimos a las visitas y nos despedimos de viejos amigos. Es un lugar de tristeza y de alegría, de partidas y de llegadas.
Por eso, deberíamos invocar la presencia de Dios, rezarle para que bendiga y proteja nuestra puerta y nuestro hogar. Para ello, una de las formas más habituales es recurrir a la oración de bendición tradicional del hogar en Epifanía. Sin embargo, no es la única manera de invocar la bendición de Dios sobre nuestra puerta y hogar.
A continuación disponéis de una oración alternativa que puede pronunciar cualquiera, sacerdote o laico:
Que la paz de Dios descienda sobre esta casa y sobre todos quienes habitan en ella. Señor Santísimo, Padre Todopoderoso, Dios Eterno: Eres alfa y omega, comienzo y fin. Velas por nosotros desde el nacimiento hasta la muerte. Dígnate, pues, a bendecir la puerta de nuestra casa. En tu bondad, envía a Tus santos ángeles del cielo para vigilar, proteger, acompañar, consolar y alentar a quienes residen en esta casa.
Cuando crucemos esta puerta, atráenos más profundamente hacia tu presencia y que reine en este lugar un espíritu de humildad, bondad, dulzura y gratitud. Oh Señor, Tú eres la puerta de la vida eterna. Bendice todas nuestras entradas y salidas y vierte sobre nosotros gracias en abundancia. Te rezamos para que bendigas y santifiques esta casa, como bendijiste la casa de Abraham, Isaac y Jacob, y que entre las paredes de esta casa residan los Ángeles de tu luz y los guarden a ella y a sus moradores.
Que esta bendición descienda sobre esta casa y sobre quienes viven en ella, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

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