Los seres humanos somos propensos a complicar las cosas. Y Dios, que es simple, quiere que también nosotros seamos simples como es Él. Así, siendo simples y sencillos, entenderemos mejor a Dios y las cosas de Dios.
No es difícil ser santos, porque para serlo hay que saber amar, así de simple.
Dios no quiere atosigarnos con doctrina y teorías o conocimientos, sino que pide de nosotros amor: amor a Dios y amor al prójimo.
No es difícil amar, porque los hombres hemos sido creados para amar, y si no amamos al Dios verdadero, terminaremos amando a falsos dioses como el dinero, el poder, la sensualidad, etc.
Dios quiere que amemos. Y amando, se nos hará todo fácil, porque el amor es el motor para todas las acciones de la vida. Cuando vemos a los padres que se fatigan y desviven por sus hijos, por darle todo lo que necesitan, es que los mueve el amor.
Y también para hacer grandes cosas necesitamos amar lo que hacemos, amar para tener perseverancia en conseguir el objetivo.
En las obras de Dios, las obras de apostolado, con mucha mayor razón debemos amar, porque el amor será el que nos impulsará a hacer grandes cosas por Dios y por los hermanos.
A veces creemos que para ser santos tenemos que estudiar mucha teología o ser eruditos en Sagrada Escritura. ¡No! Si sabemos esas cosas, está bien, siempre y cuando no nos olvidemos del amor y la sencillez. Porque podemos saber muchas cosas pero, si eso que sabemos no está dosificado con amor, se puede convertir en algo inútil.
Recordemos que Dios gusta revelarse a los pobres, sencillos y pequeños; y no a los grandes y doctos. ¿Esto por qué? Porque los pequeños son sencillos, como sencillo es Dios, y a Él le gusta comunicarse con sus semejantes.
Empecemos por el amor, porque Dios nos ha creado para amarnos por toda la eternidad y ya desde la tierra debemos empezar a amar a Dios con todas nuestras fuerzas, para luego ir a amarlo por los siglos de los siglos en el Cielo.
El amor da fuerzas para todo y, amando, es como seremos santos
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