Reflexionemos en una frase que nos diera San Juan Bosco (Don Bosco), que dice: “El demonio tiene miedo de la gente alegre.”
Y ésta es una gran verdad que, si nos detenemos a meditar más profundamente, nos daremos cuenta que efectivamente el demonio busca por todos los medios de que no estemos alegres. Con cosas reales o ficticias, con problemas más o menos serios, el diablo trata de mantenernos alejados de la alegría, y no pocas veces lo logra, empujándonos hacia caminos de tristeza y desesperación.
Es que el diablo quiere quitarnos la esperanza. Y no sólo la esperanza de esta vida, sino lo que es mucho peor, nos quiere quitar la esperanza de la Vida eterna, del Cielo, haciéndonos creer que el Cielo no está hecho para nosotros, y es lógico entones que no tengamos alegría.
¡Cuidado con las astucias del Maligno! No le demos el gusto a Satanás y estemos siempre contentos, basando nuestra alegría constante en que Jesús está Resucitado en medio nuestro, y es Él quien guía los acontecimientos de nuestras vidas, de las vidas de quienes amamos, y del mundo entero.
Así que no desesperemos y estemos alegres a pesar de las pruebas, porque el triunfo será de Cristo, y el demonio es un vencido, es el eterno vencido, si bien por el momento tiene cierto poder para amargarnos la vida de alguna forma.
También el diablo nos muestra el gran mal que hay en el mundo, y con ello nos quiere hacer desanimar, que bajemos los brazos y no tratemos de luchar por un mundo mejor. Satanás quiere dar la impresión de que ha conquistado ya todo, y que ahora no hay ya nada que hacer.
Sin embargo muchos profetas han anunciado –y entre ellos el gran San Juan Pablo II- que debe venir sobre el mundo una era de paz y felicidad muy grandes.
La Virgen también nos dice en algunos de sus mensajes que vivamos en el Paraíso ya desde esta tierra, porque ya hemos vencido con Cristo vencedor, y como dice el Salmo, aunque las montañas se desplomen en el mar, no temeremos.
Recordemos que los mismos Apóstoles tuvieron miedo en medio de la tormenta en el lago, pero Jesús en un instante apaciguó todo.
Así será ahora en este tiempo: se levantan grandes tormentas de todo tipo, ya sea en el mundo y también en nuestras vidas y en las vidas de quienes amamos. Pero no tengamos miedo ni nos entristezcamos, porque el triunfo será de Cristo que, en un abrir y cerrar de ojos volverá todo a los cauces normales.
Con esta gran confianza en nuestro corazón, marchemos alegres por la vida, con la alegría que nos da el tener a Dios en el alma, por la gracia santificante; y aunque estemos alejados de Dios, no desconfiemos de su Misericordia, porque Él no se olvida de nosotros y está preparando nuestro retorno a sus brazos de Padre.
Conservemos la alegría pensando en el Cielo que nos espera. Pensando en que con nuestro padecer salvamos almas y cuerpos. Que Dios piensa en nosotros y no pierde ni un gesto ni una lágrima nuestra. Así seremos felices porque viviremos como resucitados en este mundo, sabiendo que nada, realmente nada malo puede sucedernos que Dios no lo permita, y lo oriente al cumplimiento de sus maravillosos designios para nosotros y para el mundo entero, para sacar bienes de los males que nos afligen.
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